RUMBO AL OESTE - LAGO TITICACA

Nos quedamos en la calle, ante el dolor y la desolación de mucha gente. En el frente de los hospitales habían puesto letreros con la lista de los heridos y quitaban los nombres de los que fallecían. Las familias estaban deshechas y lo único que se escuchaba era el llanto de muchos.

Levantamos a la Indian y vimos que habíamos perdido algunas cosas, per eso no importaba, no habíamos perdido la vida y ya era bastante.

- ¿Están bien?... nos preguntó otro motociclista que pasaba por el lugar.

- Estamos vivos... le contestamos al unísono.

- ¿Que le pasó a la motocicleta?

Le mostramos el agujero en el tanque de aceite y le preguntamos si sabía de alguien que lo pudiera tapar. No podíamos seguir nuestro camino sin aceite.

- Síganme y los llevo al taller de un amigo que está acá cerca.

Empujando la Indian, lo seguimos y llegamos cansados a un taller que en un oxidado cartel se leía: "Herrería Chepe" y entre los servicios que ofrecía estaba la deseada soldadura autógena.

José, que también era motociclista, miró el agujero del tanque y dijo que lo podía "emparchar", pero que no iba a lucir muy bien.

- Eso no es importante, si le podemos meter aceite y no pierde, estaremos contentos. José hizo el trabajo sin cobrarnos... le interesó nuestro viaje y nos dimos un fuerte abrazo de despedida.

Nuestro pasaje por La Paz fue fugaz y lo único que nos llevamos de recuerdo fue el susto, el mal momento y la tristeza de lo inhumano. Los caminos no mejoraban y tampoco el clima. Los días eran extremadamente calurosos y las noches demasiado frías. Las temperaturas cambiaban abruptamente entre 40 y 0 grados centígrados y nuestra incomodidad se acentuaba. El sueño de la carretera panamericana nos resultaba más bien una gran pesadilla.

El borde del lago Titicaca nos mostraba un espectáculo extremadamente primitivo. Aprendimos que la gente que habita estos lugares está abandonada a su propio destino. Se ven como una antigua civilización que prendió a subsistir con lo poco o nada que tienen.

Noviembre 7, de 1964.

Hicimos una parada para poner gasolina y conversamos con lugareños que hablaban un español mezclado con la legua quechua o aimara. Ya estaba oscureciendo y nos invitaron a pasar la noche en su rustica casa puesta como al descuido a la orilla de aquel pobre camino. Al entrar nos percatamos que carecían de muebles y dormían echados en el piso de tierra sin siquiera un catre o una hamaca. Gente pobre y sencilla que habita estas regiones andinas sin tener contacto con el mundo exterior. Seguimos la mala carretera hasta encontrar una rudimentaria aduana en la frontera entre Bolivia y Perú.      

Categorías: Mi Viaje

Comentarios

No hay comentarios

Añadir comentario

Encerrando entre asteriscos convierte el texto en negrita (*palabra*), el subrayado es hecho así: _palabra_.
Smilies normales como :-) y ;-) son convertidos en imágenes.
Direcciones e-mail no serán mostradas y sólo serán utilizadas para notificaciones a través de esa vía

Para prevenir un ataque spam en los comentarios por parte de bots, por favor ingresa la cadena que ves en la imagen mostrada más abajo en la apropiada caja de texto. Tu comentario será aceptado sólo si ambas cadenas son iguales. Por favor, asegúrate que tu navegador soporta y acepta cookies, o tu comentario no podrá ser verificado correctamente.
CAPTCHA