EL CAMINO DE LA VIDA:

Pedro acaba de morir y se siente elevado, livianito para el viaje en que no necesita nada de equipaje. No vio ni la luz que todos los que resucitaron dicen que ven, ni a nadie que lo esté esperando en la nueva estación completamente  desconocida. Después de un leve aterrizaje sus pies tocaron un piso sin sentirlo y se dio cuenta que estaba respirando un aire más puro que el que había dejado atrás en su llamado planeta. 

La estación estaba desolada, pero Pedro se sentía acompañado y libre de los dolores que lo llevaron a desear la muerte que ahora enfrentaba y la verdad era, que experimentaba una sensación de alivio absolutamente fantástica.  Miraba un poco desconcertado buscando a un tal San Pedro que le habían dicho le abriría las puertas del cielo. Aunque se sentía un poco desilusionado de no haber visto aquella luz que creía tenía que ver, pensó que en su gravedad la había pasado por alto. Se encontraba frente a un camino que estaba iluminado pero aunque buscaba el sol, no lo encontraba. La iluminación provenía de rayos cruzados que titilaban sobre su cabeza sin ninguna fuente que estuviera visible.

El camino estaba marcado con dos carteles... en uno estaba escrita la palabra "Muerte" y en el otro la palabra "Vida". Lo que confundía a Pedro era que el que estaba marcado con la palabra "Muerte" era el que él había llegado y dejado atrás y el que tenía escrita la palabra "Vida" era el que lo invitaba a seguir. Se sentía tan bien, que de ninguna manera quería volver atrás por el camino que había dejado y que le traían los recuerdos de sus últimos sufrimientos. Lentamente, se fue adentrando en el camino "Vida", sin sentir cansancio, hambre o sed, y buscando a su tocayo San Pedro del que tanto le habían hablado. Sus pies descalzos no tenían los dolores de antes y su cuerpo tampoco... esto le animaba a seguir su tan ansiada búsqueda. Se dio cuenta de que estaba en un lugar sin tiempo... la luz   era siempre la misma, no había noche ni oscuridad que pudieran marcar días, horas o minutos.

Siguió su camino y encontró a un niño de unos diez años que lo saludó. Pedro preguntó: - ¿Quién eres?...

- Mi nombre es Arim y acabo de llegar a este lugar, contestó el niño,   ¿Tú cómo te llamas?...

- Me llamo Pedro y también acabo de llegar.

- Pensé que tú eras Alá,  dijo Arim un poco triste. 

- No, soy Pedro a secas... y creí que me encontraría acá con una persona llamada igual que yo.

- ¿Qué te pasó?, preguntó Pedro en su curiosidad.  

- No lo sé, respondió Arim, solo sé que yo estoy muerto y que es mejor así. Creo que esto es el cielo y tu y yo hemos muerto.

Pedro estaba seguro que habían muerto y se habían encontrado en el cruce de los caminos de Muerte esquina Vida. Ahora, tenía a alguien con quien conversar y que le hacía acordar a su nieto que tenía la misma edad.

- ¿A ti te hablaron de un ser superior?, preguntó el niño a Pedro.      

- Sí me hablaron de Dios y creí siempre en él, pero también me enojé mucho cuando estaba experimentando dolores atroces en una cama de hospital y por más que pedía morir, me dejó sufriendo mucho tiempo... ¿Y tú?... preguntó Pedro, ¿crees en él?. - Mis padres eran musulmanes y creen en Alá... ellos me dijeron que si yo apretaba el detonador Alá me iba a proteger.       

Ninguno de los dos tenía planes de lo que deberían hacer y decidieron seguir aquél camino que sin lugar a dudas los llevaría a algún lado. Siguieron avanzando y caminaron mucho tiempo hasta llegar a un lugar que estaba marcado como "Teatro de la Vida". Los dos estuvieron de acuerdo en entrar y encontraron dos escenarios. En uno se veía a la familia de Pedro llorando frente a un cajón con su figura, y en el otro una familia musulmana festejando también frente a un ataúd, pero vacío. Pedro abrazó a Arim y siguieron ese Camino de la Vida que los había unido como abuelo y nieto, aunque no lo eran. Ninguno de los dos mencionaron más a Dios o Alá, que en realidad era lo que los dos buscaban sin poder encontrarlos.                  

Sería muy simpático que existiera dios, que hubiese creado el mundo y fuese una benevolente providencia; que existieran un orden moral en el universo y una vida futura; pero es un hecho muy sorprendente el que todo esto sea exactamente lo que nosotros nos sentimos obligados a desear que exista. Sigmund Freud (1856-1939) Médico austriaco

 

Categorías: Cuentos

Comentarios

No hay comentarios

Añadir comentario

Encerrando entre asteriscos convierte el texto en negrita (*palabra*), el subrayado es hecho así: _palabra_.
Smilies normales como :-) y ;-) son convertidos en imágenes.
Direcciones e-mail no serán mostradas y sólo serán utilizadas para notificaciones a través de esa vía

Para prevenir un ataque spam en los comentarios por parte de bots, por favor ingresa la cadena que ves en la imagen mostrada más abajo en la apropiada caja de texto. Tu comentario será aceptado sólo si ambas cadenas son iguales. Por favor, asegúrate que tu navegador soporta y acepta cookies, o tu comentario no podrá ser verificado correctamente.
CAPTCHA