A ORILLAS DEL MAR Y EL RIO:

El Viky estaba en el puerto del Buceo en Montevideo, arrimado al muelle y por su vejes y la falta de mantenimiento ya no podría salir más nunca a navegar. Como para hacer pareja con el barco, Don José, un viejo tan viejo o más que el Viky, vivía dentro de él. Todos los pescadores conocían a Don José y tenían casi un convenio con el anciano. Ellos aportaban algún pescado y una damajuana de vino barato, y Don José preparaba un guiso cada día del año para los pescadores en una rueda en la cubierta del Viky, animada de cuentos del mar y anécdotas que circulaban casi como verdades legítimas que con el tiempo se agrandaban según quien las contara.

Don José lo hacía con gusto, porque él mismo fue pescador toda su vida hasta que el peso de los años le prohibió serlo. Se conformaba con vivir cerca de aquél mar mezclado con río que no solo lo había visto nacer, si no que le permitió comer todos los días y aún se lo permitía. Cuando alguien le preguntaba a Don José que comida le gustaba, el repetía la palabra "abundante" que todos esperaban. Las bromas eran diversas y hasta le buscaban las escamas al viejo diciéndole que con tanto pescado ya se le tendrían que ir notando.

Todos lo querían como si aquel viejo fuera el padre de los pescadores y no concebían irse a otro lado después del arduo trabajo, sin dejar de ir antes al viejo barco a disfrutar de las tertulias que eran como el postre del día. Esa gente ruda se volvía dulce y tranquila cuando estaban con aquel que decían patriarca del mar y el río.

Don José fue el que ayudó a Camaño el día que su barcaza se prendió fuego lejos de la costa y el rudo español salvó el motor que había quedado flotando entre dos maderos trayéndolo a nado atándose una soga al cuerpo. Cuando Don José divisó el fuego en la distancia, al momento corrió como pudo a buscar ayuda en la prefectura y recogieron a Camaño, cuando ya se había quedado sin fuerzas para llegar a la costa. Casi ahogado, pero contento de haber salvado el motor aunque fuera poniendo en peligro su vida, el fornido español le agradeció a Don José su ayuda.

Las reuniones en el Viky eran interminables... había días que se iban haciendo noches y noches que se transformaban en amaneceres sin que nadie demostrara apuro por irse. La mayoría de aquellos hombres de mar era gente un poco huraña, sin pareja ni familia a las que se tuvieran que atar y por lo tanto, se encontraban siempre a gusto entre amigos. Amigos, entre comillas, pues hubo muchos problemas de algunos que robaban pescados de los palangres del otro y siempre las peleas terminaban en la cubierta del Viky que hasta servía de juzgado. El juez siempre había sido el viejo Don José que con su sabiduría sabía calmar cualquier situación y hacía que las reglas del mar se cumplieran. Todos sabían que el castigo peor, sería ser expulsado de aquellas tertulias en donde todos amanecían después de saborear un buen guiso de pescado e inundarse del vino barato que ingerían.

El Viky, aunque no navegaba se siguió deteriorando a la misma velocidad que Don José hasta que un día comenzó a hundirse en las aguas del puerto del Buceo. Don José, no solo perdió su casa,

sino que también su salud. El día que se sintió mal, el mismo Camaño lo llevó al hospital, como para pagarle el favor que le había hecho.

Don José se sumergió, se fue hundiendo en sus problemas al igual que el Viky y dejó de existir al igual que las tertulias, los guisos, los vinos y los buenos ratos de aquellos rudos hombres del mar y el río.

 

"Hay días de pesca que lo único que se pesca son historias y amigos"

Categorías: Cuentos

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  • BobbyNutle  
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