LA GUINDA:

Estábamos jugando en la calle, al fútbol con una pelota hecha de dos medias viejas rellenas de pasto pues no teníamos dinero como para comprar la guinda, que era aquella pelota de goma soñada y que se exhibía en uno de los escaparates de la ferretería de la esquina.

"Don Villa" "Cuánto cuesta la Guinda?" le preguntábamos todos los días al dueño de la tienda para ver si se ablandaba y nos rebajaba el precio, pero desgraciadamente, él se sabía el precio de memoria y nunca cambiaba. "Don Villa" "¿Cuánto cuesta la Guinda?"

"No me rompan más mis guindas" decía Don Villa ya cansado de la diaria pregunta.

Un día al Beto le regalaron plata para su cumpleaños y nos dijo que la donaba para comprar la guinda que tanto dragoneábamos en la tienda de Don Villa. Pero la cantidad no llegaba ni a la mitad del precio de la deseada pelota.

"Doña... si me da un medio le hago los mandados"... era una frase estudiada y que a veces daba buenos resultados. "Por un real te vendo la lechera" era una bolita de las favoritas pero si el gordo Anfuso me daba un real; estaba dispuesto a negociarla. Me pagó los diez centavos y con lo que tenía Beto nos fuimos todos a lo de Don Villa a comprar la Guinda.

"Como pica" decía Mario que fue el que la probó primero... "sabes los goles que voy a ,meter con esta" y le daba un beso a la flamante guinda... De apuro, organizamos la picada... dos piedras para cada arco, a dos paños de distancia, había tiros de esquina pero no de los costados.

"Ese arco está más grande que el otro" protestaba el Tobita... "Tiene los mismos pasos" le decíamos, aunque no estaba medido con los mismos zapatos. Uno lo midió Enrique que era el más chico de todos y el otro el Negro Silva que era el más grande... "Bueno que lo mida uno ya" Mandamos a Enrique para que la cosa fuera más dificultosa de hacer goles fáciles.

"Bueno, dale" y corríamos a elegir quienes jugaban con quien. El Negro Silva y Juan eran los que elegían para cada uno de los equipos. Se ponía uno frente al otro y cada uno marcaba un paso siguiendo zapatilla con zapatilla hasta que el que le pisaba la zapatilla al otro elegía primero. Así estaban formados los cuadros y al grito de "Dale" se comenzaba el partido...

La flamante guinda era la codicia de todos y corríamos solo para poder patearla. Era muy diferente a la de trapo, que cuando caía después de un buen boleo, quedaba muerta en el piso... si se mojaba, no había santo que la moviera y como jugábamos descalzos para no romper las zapatillas y aguantar los palos de las viejas, los pies se nos dormían de tanto dolor. Ni hablar que si te agarraba de lleno en alguna parte íntima o en el mismo estómago, te quedabas retorciendo en el piso acordándote de todas las madres especialmente del que había pateado último la pelota...

Y de repente un grito desgarrador "LA CANA" y había que abrazar la guinda y correr, porque si te agarraba el policía tu padre te tenía que ir a buscar a la comisaría y era paliza en fija... y si el policía agarraba la pelota, extraía de su uniforme el temido cuchillo y cortaba la guinda a la mitad dejándola muerta en la misma calle.

Ese día... el mismo día que habíamos podido comprar la guinda, se le ocurrió pasar a un ómnibus por el centro de nuestra cancha y la agarró de lleno en el segundo paño... sentimos la explosión y lloramos la muerte de la nueva guinda... Murió virgen de goles y con pocas patadas... no pudimos hacer otra cosa, que ir corriendo a conseguir dos medias viejas.

Categorías: Cuentos

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